Pocas horas después de haber llegado a Scattonia, el pistolero se vio obligado a abandonar la ciudad. No le agradaba para nada la idea de largarse con una montura de carne y hueso, pues ya estaba acostumbrado a los HorTec.
-Me temo que no puedo cederte un caballo mecánico-Dijo Johnson-. Pero descuida, éste animal corre como el viento.
-Seguro...-Dijo el pistolero con incredulidad.
Se reabasteció de munición antes de aventurarse de nuevo fuera de los muros de la capital. La noche era el peor enemigo de cualquier hombre en Westlands, pero Slayer ya la había enfrentado en varias ocasiones, y conocía los trucos para enfrentarla. Abandonó Scattonia por la puerta norte, la misma por la que entró. Por un rato, tuvo la oportunidad de cabalgar por el Camino Real, libre de peligros y protegido por algunos Rangers de la ciudad. Sin embargo, esa paz no duró mucho.
De nuevo, se hallaba ante los Cañones del Diablo, que se extendían por varios kilómetros hacia el oeste. El pistolero, de no tener tantas limitaciones, hubiese escogido la ruta que salía por el oeste de la ciudad, un camino directo a Firedale. No obstante, Johnson no se lo permitió. ya que según él, los habitantes del pueblo de Firedale habían puesto toda clase de explosivos a lo largo de la ruta. El pistolero se limitó a encogerse de hombros, sin poder hacer otra cosa que recorrer aquella senda desolada.
Se aseguró de que las ocho cámaras del revolver estuviesen llenas y emprendió el trote a lomos del corcel. A diferencia del Camino Real, que tenía antorchas normales (no como las del Epicentro del Poder), los Cañones del Diablo no tenían ninguna iluminación, solo la luna le daba al ambiente un aspecto blanquecino y enfermizo. De tanto en tanto el caballo relinchaba, como si tuviese miedo. Por el camino, Slayer pensó en el Rifle de la Inminencia. Lo había perdido en la Batalla del Ocaso, el mismo día en el que desertó de la RCW. Las palabras de su padre, viejo, demacrado y convaleciente fueron tan claras y directas que incluso mas de veinte años después, el pistolero las recordaba con claridad:
"Solo tú puedes tener esta arma-Dijo-. Yo caeré, así que debes protegerla. Si en el futuro engendras una descendencia, debes confiarla a tu primogénito. En otras circunstancias, no mueras sin haberla desaparecido de este mundo. Ha sido entregada de generación en generación, y ahora es tu turno. ¡Protege el Rifle de la Inminencia!
Varios disparos provocaron que el caballo se levantase en dos patas, haciendo caer a Slayer aparatosamente. A sus espaldas, cuatro jinetes aparecieron, salidos de la nada, todos ellos montando un HorTec cada uno. Estaban armados con revólveres, y sus rostros no indicaban nada bueno. El pistolero se levantó y mantuvo la calma. Ya conocía aquellos rostros. Un quinto bandido apareció tras ellos, mucho mas viejo que todos los demás.
-Pero miren lo que la noche nos ha traído-Exclamó con una gran sonrisa de oreja a oreja-. ¡Es el gran Slayer!
El pistolero recordó a los que habían fallecido en los Terrenos Inexplorados. Eran los mercenarios enviados por aquellos sujetos.
-Debo agradecerte por haber acabado con los caza-recompensas que contraté-Dijo el hombre viejo-. No tuve que pagarles ni un cuarzo. Y henos aquí.
-No esperaba volver a verte, Harold-Dijo Slayer mientras se sacudía la tierra de la ropa- ¿Como está el ganado?
-En la granja de Wilks, ya que tu se lo vendiste, maldito infeliz-Gruñó Harold casi entre dientes.
-Quisiera quedarme hablando sobre eso para explicarte que fue lo que pasó, pero creo que se me olvida algo...
No lo vieron venir. De hecho ningún ser vivo hubiese podido hacerlo. Con un movimiento ágil, el pistolero vació su revolver sobre sus contrincantes. Consiguió matar a los cuatro jinetes, e infringirle varias heridas a Harold. Se montó en su caballo con rapidez, dispuesto a escapar. No obstante, Harold tenía refuerzos, y muchos. En las laderas de los cañones, decenas de hombres aparecieron, armados con rifles, revólveres, escopetas, e incluso con armas de energía. Slayer se encontraba en una situación muy desesperada. Lo estaban rodeando, y ni la velocidad ni la agilidad con su pistola lo salvarían si conseguían arrinconarlo. Una luz de esperanza, débil pero mejor que nada, apareció en su cabeza. De llegar al final de los Cañones del Diablo, tendría posibilidades de sobrevivir.
El pistolero espoleó a su caballo a la vez que desenfundaba la carabina que Dickens le había otorgado. Con gran puntería, acabó con la vida de cuatro de sus perseguidores, pero falló las ocho balas que aún quedaban en el arma. Cuando se quedó vacía, sus enemigos contraatacaron. Una lluvia de disparos cayó sobre Slayer, y a pesar de que la oscuridad nocturna jugaba a su favor y era muy veloz, ningún hombre en Westlands hubiese podido salir ileso de aquella ráfaga. Recibió tres tiros en el brazo derecho, su brazo dominante. Moverlo de cualquier forma, significaba sufrir un dolor considerable. Lo habían dejado indefenso.
Como pudo, cargó el revolver y lo apuntó con la mano izquierda. Se maldijo a si mismo por no haber practicado nunca con la zurda. De tener dos pistolas, la desventaja no fuese tan seria, pero su brazo derecho estaba inutilizable y le dolía, así que no tenía caso. Disparó unas cuantas veces, pero solo logró darle a uno de los jinetes.
Al final del camino, el pistolero visualizó su salvación (o al menos eso pensó él). Una casa de un tamaño considerable, al final de un canal de piedra ligeramente estrecho. Se veían luces en su interior, por lo que era obvio que allí vivía gente.
"Debo llegar-Pensó Slayer-. Él me ayudará, tiene qué...
Su esperanza se desvaneció como una débil neblina. Del estrecho emergieron mas jinetes de Harold que, sin mucho esfuerzo, mataron al caballo del pistolero. El animal cayó al suelo de inmediato, y su ocupante se golpeó fuerte la cabeza al caer boca abajo. El caballo respiraba deprisa, desesperado, sin conocer el destino que le aguardaba. En eso, Harold apareció tras Slayer. Sonreía, ¿como no hacerlo cuando tienes a tu peor enemigo a tus pies, a punto de morir? Desenfundó su pistola de energía, una maravilla tecnológica en la que los Hijos de la Noche habían tenido mucho que ver, y acabó con la vida del animal.
Cesó todo movimiento. Ahora se hallaba en un lugar mejor, corriendo en una pradera infinita seguramente. El olor a carne quemada inundó el ambiente. Luego, Harold se acercó al pistolero. Intentaba arrastrarse para huir, pero fue en vano. Las heridas de la cabeza y el brazo le quitaron todo rastro de fuerza. El dolor era indescriptible.
-Bueno, siempre he creído que las deudas se pagan-Dijo Harold, mientras volteaba a su victima-. Ya es tiempo de cobrarte todo lo que me debes.
Por un momento, Slayer creyó que era su final. En su mente, se disculpó con su fallecido padre por el destino del Rifle de la Inminencia . De la nada, una ráfaga de tiros surgió de la casa, provocando que Harold y su gente huyeran despavoridos. El pistolero no pudo distinguir nada, solo esperar a que el dolor lo matara o lo dejara inconsciente. Mientras cerraba los ojos, una voz gruesa preguntó:
-¿Por que diablos regresaste?
Y entonces perdió el conocimiento.
CONTINUARÁ...
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