En los últimos tiempos, el liderazgo de Dickens empezaba a ser cuestionado, él mismo lo sabía y las razones estaban muy bien fundamentadas. Cuatro años atrás, tomó la decisión de erradicar todo lo relacionado con los bandidos del territorio. La tarea fue ardua en verdad, pero muchos hombres relacionados con el robo, la estafa, la violación, entre muchos otros delitos, cayeron ante la influencia de la RCW. Pero cuando la Gran Noche cayó, todo el progreso se desvaneció como el humo. El crimen volvió a resurgir, y con mucha mas fuerza que antes.
Rex Dickens también sabía que la culpa era del gobierno de Westlands, ya que la situación tan precaria que vivían los habitantes los empujaba a transgredir la ley para asegurar su supervivencia, y la de sus familias. La República Centralizada de Westlands vivió momentos difíciles desde entonces. La suerte que la milicia del gobernador alguna vez tuvo los había abandonado hace tiempo.
El sonido de un relinchar metálico interrumpió los pensamientos de Dickens y éste salió para averiguar que sucedía. Tal y como lo sospechaba, se trataba de un HorTec que se aproximaba al campamento desde el oeste.
-¡Jenkins!, ¿quien se aproxima en ese corcel?-Gritó Dickens, refiriéndose al vigía de la torre de vigilancia.
-¡Nadie sargento!-Contestó el soldado Jenkins, tras mirar a través de unos binoculares de largo alcance-. ¡Ese HorTec no tiene jinete!
Dickens desconfió. Se acercó al limite del cuartel y desenfundó su carabina, por si acaso. El caballo mecánico se acercaba deprisa. Varios soldados se le unieron armados con revólveres, otros con escopetas. Por fin, el caballo se detuvo junto al sargento Dickens. Un compartimiento ubicado en su lomo se abrió expulsando una pequeña nube de vapor. Había corrido mucho terreno en muy poco tiempo. En su interior, se hallaba una carta enrollada con un listón dorado con escrituras en Nativa Quadora de color azul oscuro. El sello oficial del gobernador, pasado de mandatario a mandatario.
-Pueden estar tranquilos muchachos-Dijo el sargento Rex Dickens-. Solo es un mensaje del jefe.
La mayoría de los soldados se retiraron, y solo quedó el primer oficial y segundo al mando, Gus Mitchell. Dickens tomó la hoja con cuidado para evitar quemarse, la abrió y la leyó. Esta rezaba:
"Saludos, sargento. A diferencia de lo que está pensando en este momento, me encuentro de maravilla. El motivo de esta carta es para notificarle que el pistolero, o Slayer (lo dejo a su criterio) estuvo en el Palacio Real, donde discutimos los términos para su cooperación en el asunto de Los Hijos de la Noche. Para mi beneplácito, nuestro amigo accedió, y sus peticiones fueron bastante coherentes. Sin embargo, tal y como usted me lo describió, concuerdo en que debemos tomar nuestras precauciones con él. Su simpatía con nuestra causa no está confirmada, por lo que me tomé la molestia de enviar mas telegramas a varios de mis agentes en el resto del territorio para vigilarlo. Por seguridad, esconda el arma en un lugar remoto, donde jamás pueda ser encontrada si decide traicionarnos. Le fue asignado un caballo normal, y si mis cálculos son correctos, para el momento en que usted lea esto, habrán pasado unas dos horas desde que el pistolero abandonó Scattonia Pronto tendrá nuevas instrucciones. Mientras tanto, siga con sus operaciones usuales. No se descuide, Rex.
FIRMA: DEREK JOHNSON
P.D: Éste es el mismo caballo con el que lo mandó a Scattonia. Tenga cuidado.
-¿Que dice, sargento?-Preguntó Mitchell- ¿Malas noticias?
-Nada importante, Gus. Ve a ver que puedes hacer.
Estaba por largarse, pero el mismo Dickens lo detuvo abruptamente.
-Pensándolo bien-Dijo-acompáñame, necesito tu ayuda.
Tras pedirle a un cadete cercano que se llevara el HorTec a reparar, Dickens regresó a su tienda acompañado por Mitchell. Allí, sacó de un bolso de piel oculto bajo su cama el Rifle de la Inminencia. Lucía magnífico ante los ojos de cualquiera.
-Quiero que te lo lleves y lo escondas donde nadie lo encuentre-Explicó Rex mientras se lo entregaba en las manos a Mitchell-. No me digas donde, y no se lo digas a nadie. Solo puedes saberlo tú. Ahora ve, tienes como cuarenta minutos ante de que pregunten por ti.
-Si señor. Haré lo mejor que pueda.
El primer oficial salió disparado del campamento. Al cabo de un rato estuvo de vuelta. No le dirigió ni una palabra a su sargento, tan solo asintió con la cabeza ante los ojos de Dickens. Era claro que no confiaba en el pistolero. Nadie podía predecir que sucedería, pero Johnson tenía una pizca de fe en él, y aunque contradijera los pensamientos del gran sargento Rex Dickens, la decisión ya la había el gobernador de Westlands. Recordó, por un momento, el último día antes de la Gran Noche, cuando tuvo la oportunidad de acabar con la vida de Slayer cuando aún formaba parte de la RCW y ambos eran compañeros. La piedad se lo impidió, y no había momento en el que Dickens no se lamentara por haber tomado la decisión equivocada.
Lo mejor que podía hacer era esperar y ver que iba a pasar. Se reunió con el resto de sus hombres y se dispuso a perseguir, junto a los suyos, a varios fugitivos en la frontera con los Terrenos Inexplorados. Al fin y al cabo, la llamada del deber era la única capaz de hacer que Dickens se olvidara de sus preocupaciones.
CONTINUARÁ...
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