miércoles, 15 de agosto de 2018

Actualización

Buenos días, tardes o noches. Deseo informar lo siguiente:

   Debido a ciertos motivos personales, no continuaré con "Un Pistolero en Westlands", por lo menos no por ahora. Pido disculpas, pero no puedo continuar con la historia en éste momento. Sin embargo, aún mantendré actividad en el blog, con microrrelatos y relatos cortos. Tengo fe en que éste sitio tendrá un buen futuro. Sin más que añadir, me despido.

viernes, 19 de enero de 2018

Un pistolero en Westlands (Parte 11)

   No pasaron ni siquiera tres horas desde que Dickens emprendió el viaje hacia Scattonia. Su HorTec desprendía un vapor sofocante, pero el sargento de la RCW consiguió resistir hasta que se halló en las puertas del Palacio Real. No tuvo que decir nada, tan solo desmontar y entrar en el edificio para encontrarse con el gobernador Johnson. Dickens lucía cansado, y de hecho lo estaba, pero no era importante en ese momento. Johnson apareció bajando unas escaleras al fondo de la estancia, vestido con su elegante traje blanco y su rostro impasible.

-Sargento Rex Dickens-Dijo el gobernador tras acercarse a éste-. Que bueno que esté aquí.


-Señor-Dijo Dickens en respuesta, estrechando la mano de su interlocutor- ¿Puedo saber por qué ha solicitado mi presencia en la capital?


-Es el consejo, ¡quieren volverme loco!


   La expresión del rostro de Johnson cambió dramáticamente. El sobresalto llamó la atención de algunos guardias, pero Dickens les hizo una seña con la mano izquierda, y acto seguido regresaron a sus posiciones.


Lo siento-Expresó el gobernador-. Mantenerse calmado dentro de estas paredes resulta imposible. Siempre está pasando algo.


-¿Que es lo que puedo hacer por usted? Según su carta, Slayer está herido al otro lado de los Cañones del Diablo, ¿tiene que ver con eso?


   Johnson asintió.


-Nuestro actual problema es que el Consejo me está presionando. Quieren que dé la orden para que lo ejecuten. Pero usted sabe, Rex, que no nos conviene en lo absoluto.


   Para desgracia de Dickens, así estaban las cosas. En otras circunstancias, estaría de lado del Consejo Centralizado de Westlands. El pistolero era peligroso, y su caída podría generar un cambio significativo para el territorio en general. La RCW obtendría prestigio, por primera vez en mucho tiempo, y Derek Johnson se ganaría el cariño del pueblo de Scattonia. Claro que nada de eso serviría si en uno o dos meses, los Hijos de la Noche aparecían en las puertas para arrasar con todo. Slayer era necesario, y en aquellos momentos, su muerte solo acarrearía el final de la democracia a lo largo y ancho del territorio.


-Claro que lo sé-Dijo Dickens, sin creer que esas palabras salieron de su boca- ¿El Consejo se encuentra en sesión en este momento?


-Sí. Discuten mi decisión en este momento. Acompáñame, te necesito si quiero que me crean.


   Ambos hombres subieron por la gran escalera al fondo de la recepción. El segundo piso se encargaba de todo documento de Westlands. Propiedades, criminales, historia e incluso mandatos y ordenes del Consejo. Era, por lo tanto, una de las áreas mas concurridas del edificio de gobierno. En una habitación de doble puerta, se encontraban reunidos los miembros del Consejo. En el centro de la recamara, una mesa de madera brillante y muy bien cuidada yacía como un muchacho entrometido en las peleas de sus padres. Recibía de tanto en tanto fuertes golpes, producto de la rabia Muchos de ellos eran miembros de la aristocracia de Scattonia, y todos repudiaban a Johnson. No lo creían capaz de ser un buen líder. Cuando éste entró al lugar, acompañado por el sargento en jefe de la RCW, todos callaron. Muchos solo habían oído hablar de Rex Dickens, pero nadie en la sala parecía reconocerlo.


-Señor Johnson, hemos hablado y consideramos que...


-Ahórrense sus estupideces. Me importa un bledo lo que hayan decidido, ya que he traído conmigo al sargento Dickens, quien los convencerá de que se equivocan.


   Ante estas palabras, se mostraron indignados. Dickens por su lado, se encogió de hombros. No tenía ni la más remota idea de que decir, por lo que improvisó con rapidez lo mejor que pudo y exclamó:


-Señores, he sido informado por el gobernador sobre sus opiniones con respecto al estatus del fugitivo llamado Slayer. No obstante, sería un error imperdonable ordenar su fusilamiento. Está en una misión especial de la RCW.

-¡Debemos matarlo, es muy peligroso!

-¿Por qué no enviaron a un agente común a dicha misión? ¡Es imperdonable!

-Abogo por relevar al sargento Rex Dickens de su cargo.

   Todos hablaban al mismo tiempo, y ninguno se entendía. Dickens, por su lado, no era un sujeto muy paciente. El griterío inútil a su alrededor, lo hizo sentirse como si estuviese ante un escuadrón militar desorganizado e incapaz de tomar una decisión. Por un momento se lo creyó, porque alzó su revolver y lo disparó tres veces.

   El rugido de la pistola consiguió callarlos. El único herido fue el techo, que recibió tres nuevas marcas que desaparecerían en cinco o seis días si Johnson lo solicitaba.

-De acuerdo caballeros-Dijo Rex Dickens enfundando su arma-. Es hora de que pongamos claras las cosas. Los Hijos de la Noche amenazan con invadir Scattonia y acabar con el modo de vida de todos y cada uno de los habitantes de Westlands. Sus recursos, su dinero y su poder no valdrán nada si Augusto Sniver y Cornelius Swaft deciden aparecer por aquí mañana. El pistolero debe seguir con vida, es el único que puede salvarnos.

-¿Por qué lo enviaste a él precisamente? ¡Tu deber era encarcelarlo!-Gritó uno de los miembros.

-No existía otra alternativa-Dijo Johnson dando un paso al frente para colocarse al lado de Dickens-. La República Centralizada de Westlands es un organismo militar de gran poder, pero contra una amenaza de esta magnitud, temo decir que son insuficientes. Slayer es un fugitivo, un criminal, un asesino, y paren ustedes de contar. Los Hijos de la Noche saben como identificar a un miembro de la RCW o cualquier otro vinculado con Scattonia. Son unos tipos muy listos. Por esa razón no enviamos a nadie más. El pistolero tiene una amplia experiencia, y con el pago adecuado, cosa que ya quedó acordada, no nos decepcionará. Les pido, no solo por mi puesto sino por la gente, que piensen bien su próximo movimiento.

   La sala quedó en un silencio sepulcral. Durante varios minutos que parecían horas enteras, el Consejo Centralizado de Westlands tuvo que tomar la decisión mas trascendental de toda su historia.

CONTINUARÁ...



lunes, 15 de enero de 2018

Un pistolero en Westlands (Parte 10)

   Casi logró escapar, pero le fue imposible. Rex Dickens y sus hombres se asentaron en la frontera con los Terrenos Inexplorados, bajo el rumor de que los Hijos de la Noche estaban estudiando la niebla que rodeaba la zona. Consiguieron capturar a un androide, pero no le sacaron ninguna información. Solo pudieron volarle los sesos (o mas bien los circuitos) y regresar al cuartel. Dickens estaba furioso, pues Slayer no se había reportado en mas de 48 horas (dos días comunes) y Johnson era el hazmerreír ante el Consejo de Westlands, un organismo que él mismo creó para tener mas de una opinión a la hora de tomar decisiones. Le había confiado el destino del territorio a un pistolero forajido sin consultarlo, y era cierto.

   En su mente, Dickens pedía al Creador por que Slayer estuviera muerto, ya que de no estarlo, el escandalo que acontecía en Scattonia perjudicaría aún mas la reputación de la RCW. Según fuentes confiables, entró a los Cañones del Diablo, pero nadie supo si salió. Desde entonces, el sargento de la República Centralizada de Westlands estaba maniatado, condenado a vagar por los confines de la tierra buscando información para tomar ventaja de los Hijos de la Noche, pero solo encontró monstruos y espías.

   No lo soportaría mucho más, aquello era inaudito, denigrante para un guerrero de tal magnitud. Al llegar al campamento, pidió que su HorTec fuese guardado, y se retiró a su tienda. Mitchell había logrado esconder bien el Rifle de la Inminencia, ya que Dickens trató de encontrarlo en repetidas ocasiones, sin éxito. Lo único que la RCW obtuvo a cambio de todas esas horas malgastadas en a frontera, fueron las palabras de un moribundo. Un Hijo de la Noche. Una de las bestias de la niebla lo hirió de gravedad, por lo que sus compañeros lo dejaron para que muriera. Un destino cruel, pero útil para los propósitos de Dickens. Entre el dolor y el recuerdo al credo por el que había dado su vida, tan solo recitó un poema:

"Pueden pelear, pero no defenderse.
Pueden recibir balas, pero no devolverlas.
Su esfuerzo es noble, guerreros, pero inútil me temo.
Ya que Cornelius Swaft borrará de la noche todo lo blasfemo.

   Murió a los segundos de haber acabado. Era un rezo, por lo menos Dickens se percató de ello. Desde el principio, las intenciones de los Hijos de la Noche eran simples: acabar con el sistema establecido para traer paz y estabilidad mediante una era de prosperidad tecnológica. Inventaron el HorTec (invento que fue clonado y comercializado sin su permiso fuera de la ciudad de Nocturnia), las armas de energía y un nuevo metodo de escritura (lo llamaban Teclado Electrónico), el mas reciente de sus invenciones. Eran científicos radicales y peligrosos, por lo que la RCW, pasadas muchas horas después de caída la Gran Noche, los investigaron a fondo. Sin embargo, los descubrieron, y entonces no fueron rivales para los Hijos de la Noche, sino mas bien blancos inmóviles e indefensos ante todas sus armas.

   Ese momento en particular de la noche, fue rememorado como la Batalla del Ocaso. Fue una matanza sin igual, donde muchas cosas se perdieron, posiblemente para siempre. Mas de la mitad del ejercito total de la República Centralizada de Westlands, la dignidad de dicha organización y por último, el soldado mas legendario que el territorio vio jamás. El pistolero se fue ese día, y nunca mas volvió.

   Inmerso en sus pensamientos, Dickens recordó donde encontró el Rifle de la Inminencia. El silencio en el campo de batalla era inquietante, porque los Hijos de la Noche, observaban a la distancia esperando tener a tiro a algún soldado rezagado. No era sargento en esa época, sino un soldado más, un peón cuya importancia en el tablero era cuestionable. Pero entonces, oculto bajo el cadáver de uno de ellos, la carabina de color grisáceo se había camuflado con el barro, dada la similitud de sus colores. Allí pudo durar días, tal vez años en ser encontrada. El joven Rex Dickens demostró astucia, no por llevarse el arma del que alguna vez habia sido su amigo, sino por privar a los Hijos de la Noche de la posibilidad de estudiar ese rifle, que no tenía igual en todo Westlands

   Sus pensamientos fueron interrumpidos por Gus, quien entró sin permiso a la tienda de su sargento, jadeante por el cansancio.

-¿Se puede saber a que se debe ésta falta de respeto?-Preguntó Dickens poniendose de pié.

-Llegó otra carta de Scattonia señor-Contestó Mitchell mientras luchaba por recuperar el aliento-. Es el pistolero, está herido de gravedad y Johnson solicita su presencia en Scattonia, lo mas pronto posible.

   Dickens salió disparado. Aún deseaba que él muriera, pero quería matarlo él mismo.

CONTINUARÁ...  

viernes, 12 de enero de 2018

Un pistolero en Westlands (Parte 9)

   Pocas horas después de haber llegado a Scattonia, el pistolero se vio obligado a abandonar la ciudad. No le agradaba para nada la idea de largarse con una montura de carne y hueso, pues ya estaba acostumbrado a los HorTec.

-Me temo que no puedo cederte un caballo mecánico-Dijo Johnson-. Pero descuida, éste animal corre como el viento.


-Seguro...-Dijo el pistolero con incredulidad.


   Se reabasteció de munición antes de aventurarse de nuevo fuera de los muros de la capital. La noche era el peor enemigo de cualquier hombre en Westlands, pero Slayer ya la había enfrentado en varias ocasiones, y conocía los trucos para enfrentarla. Abandonó Scattonia por la puerta norte, la misma por la que entró. Por un rato, tuvo la oportunidad de cabalgar por el Camino Real, libre de peligros y protegido por algunos Rangers de la ciudad. Sin embargo, esa paz no duró mucho.


   De nuevo, se hallaba ante los Cañones del Diablo, que se extendían por varios kilómetros hacia el oeste. El pistolero, de no tener tantas limitaciones, hubiese escogido la ruta que salía por el oeste de la ciudad, un camino directo a Firedale. No obstante, Johnson no se lo permitió. ya que según él, los habitantes del pueblo de Firedale habían puesto toda clase de explosivos a lo largo de la ruta. El pistolero se limitó a encogerse de hombros, sin poder hacer otra cosa que recorrer aquella senda desolada.


   Se aseguró de que las ocho cámaras del revolver estuviesen llenas y emprendió el trote a lomos del corcel. A diferencia del Camino Real, que tenía antorchas normales (no como las del Epicentro del Poder), los Cañones del Diablo no tenían ninguna iluminación, solo la luna le daba al ambiente un aspecto blanquecino y enfermizo. De tanto en tanto el caballo relinchaba, como si tuviese miedo. Por el camino, Slayer pensó en el Rifle de la Inminencia. Lo había perdido en la Batalla del Ocaso, el mismo día en el que desertó de la RCW. Las palabras de su padre, viejo, demacrado y convaleciente fueron tan claras y directas que incluso mas de veinte años después, el pistolero las recordaba con claridad:


"Solo tú puedes tener esta arma-Dijo-. Yo caeré, así que debes protegerla. Si en el futuro engendras una descendencia, debes confiarla a tu primogénito. En otras circunstancias, no mueras sin haberla desaparecido de este mundo. Ha sido entregada de generación en generación, y ahora es tu turno. ¡Protege el Rifle de la Inminencia!


   Varios disparos provocaron que el caballo se levantase en dos patas, haciendo caer a Slayer aparatosamente. A sus espaldas, cuatro jinetes aparecieron, salidos de la nada, todos ellos montando un HorTec cada uno. Estaban armados con revólveres, y sus rostros no indicaban nada bueno. El pistolero se levantó y mantuvo la calma. Ya conocía aquellos rostros. Un quinto bandido apareció tras ellos, mucho mas viejo que todos los demás.


-Pero miren lo que la noche nos ha traído-Exclamó con una gran sonrisa de oreja a oreja-. ¡Es el gran Slayer! 


    El pistolero recordó a los que habían fallecido en los Terrenos Inexplorados. Eran los mercenarios enviados por aquellos sujetos.


-Debo agradecerte por haber acabado con los caza-recompensas que contraté-Dijo el hombre viejo-. No tuve que pagarles ni un cuarzo. Y henos aquí.


-No esperaba volver a verte, Harold-Dijo Slayer mientras se sacudía la tierra de la ropa- ¿Como está el ganado?


-En la granja de Wilks, ya que tu se lo vendiste, maldito infeliz-Gruñó Harold casi entre dientes.


-Quisiera quedarme hablando sobre eso para explicarte que fue lo que pasó, pero creo que se me olvida algo...


   No lo vieron venir. De hecho ningún ser vivo hubiese podido hacerlo. Con un movimiento ágil, el pistolero vació su revolver sobre sus contrincantes. Consiguió matar a los cuatro jinetes, e infringirle varias heridas a Harold. Se montó en su caballo con rapidez, dispuesto a escapar. No obstante, Harold tenía refuerzos, y muchos. En las laderas de los cañones, decenas de hombres aparecieron, armados con rifles, revólveres, escopetas, e incluso con armas de energía. Slayer se encontraba en una situación muy desesperada. Lo estaban rodeando, y ni la velocidad ni la agilidad con su pistola lo salvarían si conseguían arrinconarlo. Una luz de esperanza, débil pero mejor que nada, apareció en su cabeza. De llegar al final de los Cañones del Diablo, tendría posibilidades de sobrevivir.


   El pistolero espoleó a su caballo a la vez que desenfundaba la carabina que Dickens le había otorgado. Con gran puntería, acabó con la vida de cuatro de sus perseguidores, pero falló las ocho balas que aún quedaban en el arma. Cuando se quedó vacía, sus enemigos contraatacaron. Una lluvia de disparos cayó sobre Slayer, y a pesar de que la oscuridad nocturna jugaba a su favor y era muy veloz, ningún hombre en Westlands hubiese podido salir ileso de aquella ráfaga. Recibió tres tiros en el brazo derecho, su brazo dominante. Moverlo de cualquier forma, significaba sufrir un dolor considerable. Lo habían dejado indefenso.


   Como pudo, cargó el revolver y lo apuntó con la mano izquierda. Se maldijo a si mismo por no haber practicado nunca con la zurda. De tener dos pistolas, la desventaja no fuese tan seria, pero su brazo derecho estaba inutilizable y le dolía, así que no tenía caso. Disparó unas cuantas veces, pero solo logró darle a uno de los jinetes.


   Al final del camino, el pistolero visualizó su salvación (o al menos eso pensó él). Una casa de un tamaño considerable, al final de un canal de piedra ligeramente estrecho. Se veían luces en su interior, por lo que era obvio que allí vivía gente.


"Debo llegar-Pensó Slayer-. Él me ayudará, tiene qué...


   Su esperanza se desvaneció como una débil neblina. Del estrecho emergieron mas jinetes de Harold que, sin mucho esfuerzo, mataron al caballo del pistolero. El animal cayó al suelo de inmediato, y su ocupante se golpeó fuerte la cabeza al caer boca abajo. El caballo respiraba deprisa, desesperado, sin conocer el destino que le aguardaba. En eso, Harold apareció tras Slayer. Sonreía, ¿como no hacerlo cuando tienes a tu peor enemigo a tus pies, a punto de morir? Desenfundó su pistola de energía, una maravilla tecnológica en la que los Hijos de la Noche habían tenido mucho que ver, y acabó con la vida del animal.


   Cesó todo movimiento. Ahora se hallaba en un lugar mejor, corriendo en una pradera infinita seguramente. El olor a carne quemada inundó el ambiente. Luego, Harold se acercó al pistolero. Intentaba arrastrarse para huir, pero fue en vano. Las heridas de la cabeza y el brazo le quitaron todo rastro de fuerza. El dolor era indescriptible.


-Bueno, siempre he creído que las deudas se pagan-Dijo Harold, mientras volteaba a su victima-. Ya es tiempo de cobrarte todo lo que me debes.


   Por un momento, Slayer creyó que era su final. En su mente, se disculpó con su fallecido padre por el destino del Rifle de la Inminencia . De la nada, una ráfaga de tiros surgió de la casa, provocando que Harold y su gente huyeran despavoridos. El pistolero no pudo distinguir nada, solo esperar a que el dolor lo matara o lo dejara inconsciente. Mientras cerraba los ojos, una voz gruesa preguntó:


-¿Por que diablos regresaste?

   Y entonces perdió el conocimiento.

CONTINUARÁ...
   


lunes, 8 de enero de 2018

Un pistolero en Westlands (Parte 8)

   Habían pasado, por lo menos, ocho o nueve horas desde que Dickens había enviado al pistolero a Scattonia. Por un momento se preocupó de que escapase, no obstante recordó que había modificado la programación original del HorTec y se quedó tranquilo. Si intentara huir, el caballo mecánico lo perseguiría para explotar justo a su lado. Una forma algo poética de morir. Por el momento, el sargento Rex Dickens tenía otros asuntos en el cuartel de la RCW. La escasez de munición para los soldados y la necesidad de ampliar los pedidos de suministros para la base eran piedras que llevaban tiempo en su zapato. Había realizado las peticiones en Scattonia, sus hombres lo sabían, pero la respuesta fue negativa. Era imposible cederles mas recursos.

   En los últimos tiempos, el liderazgo de Dickens empezaba a ser cuestionado, él mismo lo sabía y las razones estaban muy bien fundamentadas. Cuatro años atrás, tomó la decisión de erradicar todo lo relacionado con los bandidos del territorio. La tarea fue ardua en verdad, pero muchos hombres relacionados con el robo, la estafa, la violación, entre muchos otros delitos, cayeron ante la influencia de la RCW. Pero cuando la Gran Noche cayó, todo el progreso se desvaneció como el humo. El crimen volvió a resurgir, y con mucha mas fuerza que antes.

   Rex Dickens también sabía que la culpa era del gobierno de Westlands, ya que la situación tan precaria que vivían los habitantes los empujaba a transgredir la ley para asegurar su supervivencia, y la de sus familias. La República Centralizada de Westlands vivió momentos difíciles desde entonces. La suerte que la milicia del gobernador alguna vez tuvo los había abandonado hace tiempo.

   El sonido de un relinchar metálico interrumpió los pensamientos de Dickens y éste salió para averiguar que sucedía. Tal y como lo sospechaba, se trataba de un HorTec que se aproximaba al campamento desde el oeste.

-¡Jenkins!, ¿quien se aproxima en ese corcel?-Gritó Dickens, refiriéndose al vigía de la torre de vigilancia.

-¡Nadie sargento!-Contestó el soldado Jenkins, tras mirar a través de unos binoculares de largo alcance-. ¡Ese HorTec no tiene jinete!

   Dickens desconfió. Se acercó al limite del cuartel y desenfundó su carabina, por si acaso. El caballo mecánico se acercaba deprisa. Varios soldados se le unieron armados con revólveres, otros con escopetas. Por fin, el caballo se detuvo junto al sargento Dickens. Un compartimiento ubicado en su lomo se abrió expulsando una pequeña nube de vapor. Había corrido mucho terreno en muy poco tiempo. En su interior, se hallaba una carta enrollada con un listón dorado con escrituras en Nativa Quadora de color azul oscuro. El sello oficial del gobernador, pasado de mandatario a mandatario.

-Pueden estar tranquilos muchachos-Dijo el sargento Rex Dickens-. Solo es un mensaje del jefe.

   La mayoría de los soldados se retiraron, y solo quedó el primer oficial y segundo al mando, Gus Mitchell. Dickens tomó la hoja con cuidado para evitar quemarse, la abrió y la leyó. Esta rezaba:

   "Saludos, sargento. A diferencia de lo que está pensando en este momento, me encuentro de maravilla. El motivo de esta carta es para notificarle que el pistolero, o Slayer (lo dejo a su criterio) estuvo en el Palacio Real, donde discutimos los términos para su cooperación en el asunto de Los Hijos de la Noche. Para mi beneplácito, nuestro amigo accedió, y sus peticiones fueron bastante coherentes. Sin embargo, tal y como usted me lo describió, concuerdo en que debemos tomar nuestras precauciones con él. Su simpatía con nuestra causa no está confirmada, por lo que me tomé la molestia de enviar mas telegramas a varios de mis agentes en el resto del territorio para vigilarlo. Por seguridad, esconda el arma en un lugar remoto, donde jamás pueda ser encontrada si decide traicionarnos. Le fue asignado un caballo normal, y si mis cálculos son correctos, para el momento en que usted lea esto, habrán pasado unas dos horas desde que el pistolero abandonó Scattonia Pronto tendrá nuevas instrucciones. Mientras tanto, siga con sus operaciones usuales. No se descuide, Rex. 

FIRMA: DEREK JOHNSON

P.D: Éste es el mismo caballo con el que lo mandó a Scattonia. Tenga cuidado.


-¿Que dice, sargento?-Preguntó Mitchell- ¿Malas noticias?

-Nada importante, Gus. Ve a ver que puedes hacer.

   Estaba por largarse, pero el mismo Dickens lo detuvo abruptamente.

-Pensándolo bien-Dijo-acompáñame, necesito tu ayuda.

   Tras pedirle a un cadete cercano que se llevara el HorTec a reparar, Dickens regresó a su tienda acompañado por Mitchell. Allí, sacó de un bolso de piel oculto bajo su cama el Rifle de la Inminencia. Lucía magnífico ante los ojos de cualquiera.

-Quiero que te lo lleves y lo escondas donde nadie lo encuentre-Explicó Rex mientras se lo entregaba en las manos a Mitchell-. No me digas donde, y no se lo digas a nadie. Solo puedes saberlo tú. Ahora ve, tienes como cuarenta minutos ante de que pregunten por ti.

-Si señor. Haré lo mejor que pueda.

   El primer oficial salió disparado del campamento. Al cabo de un rato estuvo de vuelta. No le dirigió ni una palabra a su sargento, tan solo asintió con la cabeza ante los ojos de Dickens. Era claro que no confiaba en el pistolero. Nadie podía predecir que sucedería, pero Johnson tenía una pizca de fe en él, y aunque contradijera los pensamientos del gran sargento Rex Dickens, la decisión ya la había el gobernador de Westlands. Recordó, por un momento, el último día antes de la Gran Noche, cuando tuvo la oportunidad de acabar con la vida de Slayer cuando aún formaba parte de la RCW y ambos eran compañeros. La piedad se lo impidió, y no había momento en el que Dickens no se lamentara por haber tomado la decisión equivocada.

   Lo mejor que podía hacer era esperar y ver que iba a pasar. Se reunió con el resto de sus hombres y se dispuso a perseguir, junto a los suyos, a varios fugitivos en la frontera con los Terrenos Inexplorados. Al fin y al cabo, la llamada del deber era la única capaz de hacer que Dickens se olvidara de sus preocupaciones.

CONTINUARÁ...



   

viernes, 5 de enero de 2018

Un pistolero en Westlands (Parte 7)

   El escritorio del gobernador se encontraba un poco revuelto. Varios papeles con decenas de palabras y números se hallaban mezclados. Del otro lado de la mesa, Johnson había tomado asiento, apuntando constantemente al pistolero.

-Debo decir que no pareces ser el gran caza-recompensas que Dickens dijo que eras-Exclamó Johnson mientras se acomodaba en su silla-. ¿Quien eres en realidad?

-Eso no te importa-Contestó el pistolero con un tono altanero-. Mi pasado no es de tu incumbencia, lo único que quieres es que negocie a tu favor para que un montón de sectarios no vengan a clavar tu cabeza en una estaca. Eso de la "democracia" no es mas que un cuento absurdo. Y no soy ningún caza-recompensas, hace mucho dejé de serlo por motivos propios.

-Hasta ahora, la rebeldía que demuestras concuerda con la descripción del sargento Dickens, pero si no eres un caza-recompensas, ¿que te motiva a cumplir con las exigencias de la RCW?

-Rex Dickens tiene en su poder una reliquia perteneciente a mi familia. El Rifle de la Inminencia.

   Los ojos de Johnson resplandecieron por un breve instante. Tiró su arma a un lado y escudriñó a toda prisa los libros de las estanterías a su alrededor, buscando uno en particular. Extrajo uno de tapa dura y de color verde. Lucía desgastado. Cuando volvió a sentarse, el pistolero empuñaba su revolver, apuntándole al gobernador de Westlands. Éste lo miró con cierta perplejidad en su rostro, como si no entendiese el motivo de tal comportamiento.


-¿Que crees que haces? Siéntate, esto es importante.

   Slayer tragó saliva. La voz de Johnson había regresado a la normalidad, y hasta pudo notarle que algunas canas volvieron. Sin dudar demasiado, el pistolero obedeció y tomó asiento.

-Este libro-Explicó mientras señalaba las paginas una a una-contiene la historia del continente. Todo lo que se conoce sobre Westlands. Estoy seguro de que el Rifle de la Inminencia aparece en algún lado.

   Efectivamente, las paginas relataban, mediante ilustraciones y escrituras a mano, la historia de todo el territorio. Desde la época de Los Dioses Anteriores, hasta los mas recientes mandatos de los gobernadores. En cierta parte de la historia, los relatos hablaban sobre un conjunto de cinco armas, creadas en un periodo irregular a lo largo de la historia de Westlands. Se les llamaban Las Reliquias Precursoras. La primera de ellas en aparecer (y en ser documentada) fue el Rifle de la Inminencia.

-Como lo sospechaba-Exclamó Johnson cerrando el libro de golpe-. Tu rifle es una de esas antiguas reliquias.

-¿De que rayos estás hablando?-Preguntó el pistolero con cierta confusión.

-Los revólveres, los fusiles, las escopetas e incluso los mosquetes, todos están basados en los diseños de las primeras armas de fuego, es decir, Las Reliquias Precursoras, y tu eres dueño de la primera que se creó.

-Y estas reliquias, ¿Tienen alguna utilidad especial? ¿Son mágicas o qué?

-Nadie lo sabe. De cualquier forma, tienes un tesoro, espero que lo conserves como se debe.

   Johnson se levantó para colocar el libro en su respectivo lugar. Luego volvió a colgar su arma en la pared y dijo:

-Lamento lo de antes. No se puede gobernar una tierra tan árida y salvaje sin sucumbir por momentos a sus influjos. Acompáñame, hay algo que quisiera mostrarte.

   Ambos hombres se retiraron de la oficina y tras cerrar la puerta con llave, caminaron unos minutos hasta llegar a unas escaleras de piedra que descendían en espiral. Un guardia vigilaba el pasadizo, e hizo una reverencia cuando el gobernador, acompañado por Slayer, se disponía a descender a aquella oscuridad, pues no había rastro alguno de luz en dicha penumbra.

-Ten cuidado donde pisas-Expresó Johnson-. Tu visión no tardará en ajustarse.

   Al pie de las escaleras, un destello azul iluminaba la sala a la que habían llegado. Dos antorchas, una en cada pared, eran las responsables del extraño aspecto que la sala poseía dado su inusual esplendor azul. Dos guardias, los cuales vestían armaduras de aspecto antiguo, pero armados con una escopeta de doble cañón cada uno, custodiaban una gran puerta de acero que debía medir unos tres metros de altura. A su lado, los guardianes parecían estatuas.

-Que terrorífico ambiente-Dijo el pistolero con tono sarcástico- ¿Que rayos es este lugar, Johnson? ¿Y ellos quienes son?

-Slayer, estos dos hombres representan la mejor defensa de este palacio de gobierno. Entrenados durante años en el campo de batalla, son los responsables de velar por la seguridad de este santuario, El Epicentro del Poder.

-¿Que es lo que protegen?

   Los caballeros, ante un gesto que Johnson hizo con la mano, se movilizaron para abrir la puerta. El chirrido del metal oxidado resultó un poco molesto, pero pudieron cumplir su labor. El pistolero entró a la habitación que para su sorpresa, estaba construida de forma circular. A lo largo de la pared, varios pilares ascendían hasta el techo, que estaba a varias decenas de metros del suelo, adornado con un cristal perfecto, capaz de reflejar todo lo que hubiese en el piso. Algunas antorchas azules se hallaban clavadas en los pilares hasta llegar al techo. El pistolero solo pudo dar un suspiro ante la magnificencia de tal estructura.

-Es tan antigua como el Palacio Real en sí-Dijo Johnson, quien se había situado al lado de Slayer-. Todos los gobernadores fallecidos, se llevaron este secreto a la tumba, y no me refiero a esta cámara tan extraña...

   El pistolero encontró, en el centro de la habitación, un cofre de un tamaño considerable. Al acercarse con cautela, distinguió que estaba forjado en oro. Era completamente metálico. Por los lados, tenía grabadas a mano varias palabras en un idioma extraño e ilegible, por lo menos para él. En base a la lógica, pudo deducir que se trataba del Nativa Quadora, la vieja lengua que los pobladores originales del territorio empleaban para comunicarse. Por un momento, la avaricia brilló en los ojos del pistolero. Se acercó lo suficiente como para tocarlo, y algo raro sucedió. En una milésima de segundo, una imagen borrosa apareció en su cabeza, pero desapareció al instante, tan rápido como había llegado.

-¿Que demonios es esto?-Susurró para sí mismo.

-Según las leyendas, ese cofre contiene el poder para dominar Westlands durante mil años-Explicó Johnson, que distinguió la duda en el rostro de Slayer-. Durante muchos años, varios han intentado abrirlo, pero ningún humano ha podido lograrlo. Se supone que solo se abrirá ante aquel que de verdad lo merezca.

   El pistolero trató de abrirlo, pero el esfuerzo fue infructuoso. Él no era el elegido para recibir tal poder.

-¿Para que me muestras ésto?-Preguntó Slayer, volviéndose hacia el gobernador.

-Si los Hijos de la Noche me matan, lo mas probable es que descubran su existencia. No me preocupa tanto, pero temo que Augusto Sniver, el líder de los hijos, pueda ser el que abra el cofre. Debes entender, pistolero, es un hombre cruel e implacable. Con semejante fuerza, puede llevar el territorio a su gloria, o a la ruina. Tenías razón, lo de la democracia es una farsa, es solo que no quiero que alguien externo a este palacio ponga sus manos en este baúl. Comprométete con nuestra causa, reclama tu recompensa cuando hayas acabado, y sigue tu camino. No tendrás que volver a ver ni al sargento Dickens ni a mí nunca más. Te lo pido, por favor...

   El pistolero sentía que las palabras del gobernador eran sinceras, pero su mente se negaba a tragarse semejante cuento. "El poder para dominar Westlands durante mil años". De ser cierta la historia, ¿tendría Sniver alguna idea del poder que se ocultaba tras los muros de Scattonia? La respuesta era una incógnita. Slayer sacudió la cabeza, al fin y al cabo, solo quería recuperar la única herencia que le quedaba de su familia. La respuesta fue contundente e inmediata:

-Cuenta conmigo Johnson. Te ayudaré con los Hijos de la Noche, a cambio del Rifle de la Inminencia. Sin peros, y la RCW no volverá a ponerme un dedo encima por el resto de mi vida, ¿hecho?

   Con un hombre como aquel, Derek Johnson no se atrevió a regatear. No dijo nada, solo estrechó la mano del pistolero, formalizando la sociedad temporal que aquellos hombres habían establecido, cada quien por sus propios motivos.

CONTINUARÁ...

¡Feliz año nuevo a todos los lectores! Me disculpo por todo el tiempo que he tardado en subir esta entrada, y procuraré que no vuelva a ocurrir. Aclaro, las entradas se publicarán los lunes y los viernes a las 6:00 PM ¡Gracias por leer!